Recuerdo la historia de aquel monje, muy espiritual y sabio, que fue amenazado de muerte por un bandido famoso. El monje no se inmutó y siguió con su vida como si no hubiese ocurrido nada. Pero el asesino lo acechaba permanentemente y al final logró atraparlo. Lo llevó a un bosque y le otorgó un último deseo.
El monje, muy calmado y hasta sonriente le dijo:
-Corta una rama de aquel árbol. Hazlo con el enorme cuchillo con el que pretendes asesinarme. Eso es todo.
El bandido se extrañó ante tan ridícula petición, sin embargo, fue hasta el árbol y cumplió lo que el monje le había encomendado.
Cuando se la entregó, el monje dijo:
-Ahora quiero que vuelvas a colocar la rama en su sitio. Déjala como estaba antes, para que dé fruto.
El asesino sonrió burlón:
¿Te has vuelto loco? Lo que pides es imposible.
El monje insistió:
– ¿No puedes?
El bandido iba a responder con agresividad, cuando el monje concluyó:
-Tú te crees poderoso porque puedes cortar, romper y destruir. Eso es muy fácil. Es cosa de niños. ¿Sabes quién es realmente poderoso? Aquel que une, el que construye, aquel que puede volver a poner la rama en su sitio. Allí sí hay poder.
Cuentan que el asesino lo miró fijamente; soltó el cuchillo, y se retiró sin hacerle daño.
Nuestro país se halla sumergido en aguas turbulentas. Estamos saliendo de la peor crisis sanitaria de los últimos cien años, hay corrupción galopante, el narcotráfico que está generando una violencia indescriptible en las calles y en las cárceles, falta de valores y de ética. El desempleo, etc. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar?
Hay sólo dos caminos: construir o destruir.
Destruir es siempre más sencillo, basta dejar suelto al instinto, lastre de nuestro proceso evolutivo, para que convierta a nuestro país en una verdadera selva. Es cuestión de utilizar la fuerza para agredir, maldecir y difamar. Hay que ser “inteligente” para acrecentar el caos y la desesperanza.
Construir es mucho más complejo. Es casi una labor de héroes. Habrá que buscar en medio de la oscuridad una luz que nos permita hallar la salida. Elegir dialogar en lugar de confrontar. Buscar lo que une y soslayar lo que dispersa. Levantar puentes y no murallas. Salir de nuestro egocentrismo y trabajar por el bien común. Crear sinergia y aprovechar las opiniones contrarias para acercarnos a la verdad.
¿Qué hará usted? ¿Qué está haciendo ahora?
Ficino, aquel filósofo italiano de la Edad Media, definía ya, por aquel tiempo, a la especie humana, con una frase cargada de profundo realismo: “Conócete a ti mismo, ¡oh estirpe divina vestida de humano!” Esta concepción antropológica muestra que el hombre está hecho para construir, para edificar, para cimentar y proyectar. Esta es su esencia. Al hacerlo se realizará y será feliz.
Por ello, Agustín de Hipona afirmaba: “Para crear se necesitan siglos y gigantes, para destruir un enano y un segundo”.