El término vocación, proviene del latín “vocatio” que significa “llamado”. Todos los seres humanos tenemos unos talentos inherentes y genéticos que, complementados con nuestra personalidad, y con el gusto o pasión por algo específico, configuran nuestra vocación.
Las personas que viven su vocación son personas realizadas, que trabajan en lo que más les gusta y, además, son bien remuneradas, porque la excelencia genera buenos ingresos. Aquellos que han decidido ser ellos mismos, viven una vida plena, puesto que han logrado convertir sus mayores habilidades y talentos en su profesión, y, por tanto, su hobby es su trabajo. Estas personas tienen una gran calidad de vida.
No todos somos buenos para todo. “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil”. Esta sentencia atribuida a Einstein nos muestra claramente el peso que tiene para un ser humano encontrar su verdadero talento. El éxito en la vida tiene una estrategia: descubrir nuestros talentos. Howard Gardner los llama: inteligencias múltiples. Estos talentos son genéticos y se convierten en nuestras fortalezas. De modo que, si los descubrimos a tiempo, tenemos un alto porcentaje de éxito. Para ello hay que realizar varios análisis, test psicológicos y pruebas personalizadas. A este elemento indispensable hay que unir las pruebas de personalidad que nos ayudan a saber de mejor modo nuestras reacciones ante estímulos diferentes y, por tanto, complementan la información respecto a la carrera universitaria que debemos seguir. Finalmente, y sólo finalmente, debemos incorporar la pasión o gusto por determinada opción. Allí tenemos la vocación.
Pero todo lo anterior es poco conocido por los padres de familia, quienes deberían ser los primeros en guiar el proceso de sus hijos hacia el encuentro consigo mismos. El desconocimiento sobre este tema tan relevante, genera fracaso y frustración, adicionalmente cuesta mucho tiempo y dinero. Esta desinformación lleva a que muchos padres aconsejen a sus hijos seguir las mismas carreras que ellos siguieron, ya sea por ego, o pensando en potenciar su economía, sin investigar mínimamente sus talentos. Otros sugieren a sus hijos seguir carreras tradicionales como Jurisprudencia o Medicina, pensando ilusamente que con estas carreras tendrán dinero. Una carrera no es mejor ni peor que otra. La carrera por sí misma no puede generar más poder económico que otra. Es la excelencia, la calidad que demuestra la persona en tal o cual carrera, la que genera estabilidad y bonanza en todo sentido, y esto sólo se consigue si alineamos los talentos y la vocación con la carrera profesional.
Un estudiante desinformado llega a costar entre 3000 y 8000 dólares al Estado. El mayor rubro es por deserción. Y ocurre que luego toma otra carrera y otra… y entra en una espiral de fracaso minando su autoestima y estabilidad emocional. Este círculo vicioso tiene que parar. Los padres de familia deben concientizar la enorme importancia que reviste el proceso para la elección de carrera profesional y, en general, el descubrimiento de la vocación de sus hijos.