La muerte es la crisis suprema del hombre, lo arranca de este mundo, su espacio vital, destruye de raíz todos sus proyectos individuales y colectivos, hasta hacerle plantear el problema del sentido o no sentido de su existencia.
Gabriel Marcel puso en manifiesto que el amor y la muerte son irreconciliables: “amar a otro es decirle: tú no morirás. Si yo consintiese en tu aniquilación traicionaría nuestro amor y de este modo es como si te abandonase a la muerte”.
Si analizamos el mundo actual, es evidente que el hombre de hoy se siente vulnerable en su caducidad, en su limitación. Ya no soporta su finitud.
Si definitivamente la existencia del hombre es un caminar hacia la nada, ese final priva de sentido todas las etapas anteriores. Fracasa la autorrealización. Porque vivir reconciliados con la desaparición total, es vivir reconciliados con el absurdo.
Los filósofos existencialistas tienen el mérito de haber subrayado la presencia continua de la muerte en la vida humana. Para ellos la muerte es una manera de ser. Heidegger, uno de sus mayores representantes, muerto en 1976, dice que el hombre es en el mundo un extranjero que se precipita ante la nada. El hombre es un ser para morir, pero no para morir una vez, sino que en cada instante se realiza como un ser que muere. La muerte es un hecho biográfico, se inscribe en su misma existencia. Vivir es morir. La muerte es el cofre de la vida. Un naufragio total. La angustia radical del hombre proviene de su conciencia ante la muerte. ¿Cómo superar esta angustia? Enfrentándose con la muerte -dice Heidegger-, aceptando el naufragio total, eligiéndolo incluso, no ir hasta el final arrastrado, sino llevado por sí mismo. Saber que todo es nada y aceptarlo heroicamente, eso engendra la auténtica libertad, conduce a la tolerancia.
Para Sartre, muerto en 1981, la muerte no da un sentido de autenticidad, sino que vuelve absurda la vida, la vuelve sin sentido, engendrando la náusea, ya no la angustia. Es absurdo que hayamos existido y es absurdo que muramos -dice. Todo existente nace sin razón, se desarrolla por debilidad y muere por azar. La muerte es un hecho contingente que se nos escapa. Luego, es la negación de todas las posibilidades. La muerte irrumpe desde el exterior la propia realización. La vida es una pasión inútil. (La náusea, 1968. El ser y la nada, 1966)
¿La salida? Sartre manifiesta: vivir el presente, a pesar del fracaso de la inutilidad y del absurdo. Todo está permitido. Conviene realizar el mayor número posible de experiencias.
La filosofía continúa tratando de explicar este gran misterio. Pero parecería que sin futuro (vida después de la vida) ésta se vuelve absurda. Un ideal que cede ante la muerte es un ideal fracasado. El ser humano merece tener un futuro dotado de sentido… y el amor continúa dando sentido al mundo. Un Carpintero hace más de dos mil años lo sabía bien: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo para que todo aquel que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn.3,16).