A finales de los años 70, un hombre llamado Luis, con ganas de triunfar, se arriesgó a comprar algunos terrenos en Zaruma, provincia de El Oro, al oeste del país, donde había surgido la minería a pequeña escala. Él sabía algo sobre el oro, y sobre los minerales comunes que se presentan con éste en las vetas. Con enorme esperanza adquirió una pequeña maquinaria adecuada para construir la mina e iniciar el proceso de separación del mineral de la ganga.
Trabajó minuciosamente en el proyecto cerca de un año, hasta que encontró una veta espléndida con la asociación perfecta: pirita, galena, calcopirita, cuarzo y oro. Al descubrirlo pensó en que iba a tener mucho dinero. Era la veta perfecta que cruzaba por su territorio. Todo estaba a punto de caramelo.
Inició la explotación. Apenas estaba recuperando la inversión cuando, misteriosamente la veta ¡se perdió! No podía creerlo, no era justo. Todos los colaboradores comenzaron a buscar la veta por todos los sitios y no la encontraron. Al cabo de un mes de repetidos fracasos, abandonaron el proyecto. Vendieron todo y se cambiaron del lugar.
Poco tiempo después, un ingeniero geólogo compró aquel terreno prácticamente a precio de regalo. Siguió a la veta e inmediatamente, por la estructura, comprendió que se trataba de una falla geológica de carácter inverso que introducía a la veta dentro de la superficie que no cubría la mina. Ordenó abrir otro túnel y apenas diez metros después, reencontró la veta, y se volvió muy rico.
Luis, al enterarse, aprendió una gran lección. ¡No volveré a rendirme jamás! -dijo. Será la última vez que el fracaso me venza tan cerca del éxito. Pronto se recuperó e inició una empresa de venta de pólizas de seguros, y a pesar de que tuvo serios inconvenientes logró salir adelante. ¡No volveré a rendirme jamás!, repetía: el éxito está en dar un paso más allá del punto de la derrota.
Y es que el fracaso no es más que un payaso, que pone zancadillas cuando uno está a punto de llegar a la meta.
¡Ponga al payaso en su sitio!